Exodo Génesis

EGenesis

Hace 100 años, en el 2992, los alienígenas llegaron a nuestro planeta.

La Tierra aún no era la verdadera confederación de países en la que se convertiría el siguiente siglo sino un hervidero político en conflicto. En ese panorama convulso la Llegada, nombre con el que se bautizó el aterrizaje de varias razas alienígenas en nuestro planeta, fue de todo menos tranquila.

Habían pasado unas cuantas semanas desde el día del desembarco alienígena y las reacciones fueron de lo más dispares. Estaban, por un lado, los que veían en este contacto el principio del fin de la humanidad y, por otro, aquellos que adorarían a los aliens como sus divinos salvadores.

Durante los primeros momentos de pánico la humanidad, dividida como siempre, atacó a los intrusos que consideraba peligrosos. Casi la totalidad de las fuerzas enviadas contra ellos fueron destrozadas sin piedad. Parecía el fin.

Sin embargo, los alienígenas eran seres mucho más civilizados que nosotros, los humanos. Ellos venían en son de paz y no usaron su abrumadora tecnología superior para conquistarnos sino para defenderse.

Por fin la cordura se impuso y comenzaron las conversaciones entre ambos bandos. Estas conversaciones acabarían cristalizando en una Cumbre de Paz sin precedentes. En ella los más altos mandatarios de las dos facciones acudieron de buena fe para conocerse y tratar de encontrar un nexo común.

El render líder de los alienígenas, el Alto Representante Proteox 427-C Gradex Nominally Holo, encabezaba una delegación de lo más dispar tanto en razas como en comportamientos. Asistido por su hija Servex 427-G, por un memorista bitali llamado P’arill Llivi y acompañado por la cthoniana Niamada, su guardaespaldas ashura Chelso Vroker, el thocatli Zoquat’til Axarlorthas y el curioso androide reportero L4Zl0 Quantum, acudieron de buena fe a una reunión en la que conocerían las costumbres de los humanos, sus anhelos y capacidades pero, también, sus egoísmos y sus traiciones.

Por la parte terrícola, el Presidente John Doe Kennedy, líder de los Estados Unidos de Panamérica, encabezaba una delegación igualmente curiosa y variopinta que incluía socios rusos, ingleses, mejicanos, multimillonarios de uno y otro continente, soldados supervivientes de las escaramuzas iniciales y hasta un premio Nobel de la Paz.

Mucho se discutió en esa velada y quedaron patentes varias cosas. Una de ellas fue que los alienígenas ofrecieron a la Tierra la posibilidad de convertirse en un miembro más de la Confederación Política Planetaria con la ventaja de beneficiarse de milenios de tecnologías extraterrestres muy avanzadas. Sin embargo, también tenían ciertas exigencias nada baladíes a cambio como la abolición de la esclavitud, el fin de las guerras en la Tierra y un porcentaje de un nuevo y valioso mineral llamado Piedra de Sangre.

Traiciones, amoríos, pactos secretos, revelaciones increíbles y hasta un atentado con una bomba. Todo aquello ocurrió aquella tarde. Pero, finalmente, se llegó a un acuerdo.

La Tierra entraría en la CPP una vez que las condiciones se cumplieran y, además, la humanidad contaba con una pequeña prórroga de varios años para ello. Proteox 427-C se quedó en nuestro planeta como embajador en terrenos cedidos por Gran Bretaña al tiempo que varios humanos, liderados por el rusoasiático Sergei Petrov, se irían al espacio para hacer lo propio allí.

Las megacorporaciones Vough y De Graff unieron sus fuerzas, antes rivales, y comenzaron a colaborar haciendo que la ciencia en la Tierra experimentase un auge jamás visto antes. Sus dueños, por supuesto, se hicieron todavía más ricos al ser los únicos capaces de extraer la Piedra de Sangre.

Aunque se descubrió que el androide L4Zl0 Quantum había sido hackeado, jamás se supo –o los alienígenas nunca contaron– quién fue el responsable. El robot reportero siguió su carrera estelar viajando por todo el universo para ofrecer las más jugosas entrevistas.

La humanidad comenzó a viajar por las estrellas. Primero a bordo de las naves alienígenas que, cada vez con más asiduidad, visitaban nuestro planeta (convertido en un destino exótico predilecto para las clases más pudientes) y, después, a bordo de nuestras primeras naves con capacidad de hipersalto. Éstas aún algo desfasadas con respecto a otras razas pero, sin duda, ofreciendo posibilidades antes no imaginadas.

Por supuesto, existían individuos reticentes a esta extravagante unión como, por ejemplo, religiosos fanáticos y militares como el conocidísimo Sargento Terra, el único supersoldado vivo. No obstante, eran voces aisladas; tipos raros que no parecían entender el mundo de posibilidades que se había abierto ante nosotros. Nadie quiere poner trabas al progreso y, la gente descontenta, pasó a un segundo plano. Hasta que la CPP descubrió la verdad: nuestro Sol se consumía poco a poco y a la Tierra se le iba acabando el tiempo. Quizá esto tarde cientos de años, sí, pero al Consejo intergaláctico no le gusta que se le engañe y, al sentirse defraudado por los humanos, su predilección por nuestra raza comenzó a desvanecerse.

Somos miembros de una maravillosa confederación de razas y, nosotros solitos, con nuestras mentiras y nuestra codicia lo hemos echado todo a perder. Al menos aún podemos construir nuestras flamantes naves nodrizas, las Éxodo…

 

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